Atila
Todo existía antes de nosotros
mas nada queda inmune a nuestro paso.
Qué sencillo es destruir años de esfuerzo
y qué difícil disipar el miedo solo con palabras.
No se puede luchar contra tanta y tan vieja inercia
—la honda de David se ha quedado sin piedras.
La contienda se detiene para darnos un receso.
Somos libres de elegir y no es tiempo de milagros.
Debo prepararme para la derrota
—detrás de cada derrota se esconde una victoria.
Lugares comunes
te acompaño en el sentimiento
descansa en paz
estuvimos a su lado
no sufrió
alguien coloca una corona
“con cariño para Tina”
bisbiseos incómodos
el cadáver se llama Joaquín
alguien retira la corona
confundida, avergonzada —
no logramos sofocar
unas leves carcajadas
error, humor y cambio
hasta que llegue la parca
entre los cuerpos
impasibles, desolados,
estupefactos, abrazados,
erguidos con dignidad,
doblados por el dolor,
entre el dulzor repugnante
de esta efímera colección de
muertos de miedo en vida,
apareces
yo que he rezado
en el Monte de los Olivos
un sábado santo como hoy
alucinada me pellizco
y restriego los ojos
incrédula como Tomás
me miras ámbar
maná son tus manos
cuando tomas las mías
sonriendo
zumban los fluorescentes
se condensa el vaho en el cristal
y al otro lado en la caja de pino
un padre, un abuelo,
un amigo, un buen hombre
mejor que yo sin duda
pareciera que respira
trampantojo hecho de flores
sin el noveno mandamiento
todo sería atávico y sencillo
colapsaría el andamiaje
de principios y conductas
se forraría el traficante
de venenos y ternuras
y yo podría reclamarte
desvestirte lentamente
curvar tu espalda
lamiendo las axilas
olerte entera y
gemir cuando amasas
mis estalactitas de crema
tensando nuestro abrazo
con aliento
esmerilado
hasta
aullar
cómeme el corazón
quiero beber tu coño azul klein
que sangra y que da vida
por los siglos
de los siglos
amén
siete segundos adúlteros después
censuramos lo invisible
me sobrepongo y te presento
das el pésame a mi amigo
y charlamos quedamente
bajo el cielo y los pretextos
entre la carne y la deriva
regurgitamos embustes:
la consabida letanía
de ridículos, manidos,
y siempre tan correctos
lugares comunes